sábado, 7 de diciembre de 2013

Cuando él se inclinó se movió para dejarle sitio, pero todo lo que hizo fue taparla y entonces se volvió al rincón, al jergón en el suelo.
Bella miró al techo durante unos pocos minutos. Entonces agarró una almohada, salió de la cama y se fue tras él.
—¿Qué estás haciendo? —su voz se elevó. Alarmada.
Soltó la almohada y se acostó, echándose en el suelo tras su gran cuerpo. Su aroma era ahora mucho más fuerte, oliendo a hojas y destilando poder masculino. Buscando su calor, se acercó poco a poco hasta que apoyó la frente en la parte de atrás de su brazo. Era tan sólido, como un muro de piedra, pero era cálido, y el cuerpo de ella se relajó. Cerca de él era capaz de sentir el peso de sus huesos, el duro suelo bajo ella, las corrientes de la habitación que traían el calor. A través de su presencia, se conectó de nuevo al mundo que la rodeaba.Más. Más cerca.
Se movió hasta quedar pegada a su lado, desde el pecho hasta los talones.
Él se movió con una sacudida, retrocediendo hasta quedar junto a la pared.
—Lo siento —murmuró, acercándose a él de nuevo—. Necesito esto de ti. Mi cuerpo necesita—a ti—algo cálido.
Abruptamente él se levantó de un salto.
Oh, no. Iba a echarla…
—Vamos —dijo él bruscamente—. Vamos a la cama. No puedo soportar la idea de que estés en el suelo.

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